Hombre de Partido, gran líder sindical, inteligente,
sagaz y valiente: Ese fue Jesús Méndez Larrondo.
Sabía convencer,
impulsar y dirigir a las masas.
Por esas razones, a 66 años del asesinato del defensor a toda
costa de los derechos de la clase obrera azucarera, reafirmamos que
la bala asesina no lo mató.
Su ejemplo de destacado revolucionario, antiimperialista
y guía de innumerables batallas a favor
de los desposeídos, se multiplicó desde
el 22 de enero de 1948. En su honor, el poeta Nicolás Guillén
escribió:”Los grandes muertos son inmortales: No mueren nunca”.
En un pequeño bohío de Encrucijada, entonces provincia de
Las Villas, nació Menéndez Larrondo, el
14 de diciembre de 1911.
La precaria situación económica de la familia lo llevó desde
niño a conocer el rigor del trabajo. Alternaba entre la actividad cañera y el
tabaco.
De estirpe mambí, fue incansable luchador en beneficio de
los azucareros, en contra del desalojo
de los campesinos, la explotación de los humildes y el racismo.
Joven querido y respetado por su arrojo y combatividad, con solo 18 años era ya destacado dirigente sindical, en el central Constancia.
A pesar de su corta vida, tuvo una valiosa trayectoria, difícil de resumir en pocas
líneas.
En 1931Ingresó al Partido Comunista, años más tarde
fungió como secretario general de la
Federación de Trabajadores de Santa Clara y de la Federación Nacional Obrera
Azucarera.
Al crearse la Central de Trabajadores de Cuba, se
convirtió en la segunda figura del movimiento sindical cubano
Entre las principales conquistas que impulsó sobresale el llamado
Diferencial Azucarero, considerado uno de los logros más significativos de las luchas obreras en Cuba antes del
triunfo revolucionario de 1959.
También descuellan los beneficios del descanso retribuido
y el acceso de las mujeres a la maternidad obrera, todo por el bienestar de las familias de los azucareros.
El legado del “General de las Cañas”, como lo nombró
Guillén , es sello inigualable en la historia de Cuba.