Cada tarde,
al filo de las cuatro, la alegría inunda la casa. Llega Laura Elena del círculo
infantil, con el nuevo “acontecimiento “del día.
Habla de
números, conjuntos, figuras geométricas, y hasta nos cuenta relatos creados con la fantasía propia de sus cinco años.
La vemos feliz y nosotros, padres y abuelos, también lo estamos, porque
sabemos que aquí nada hay más importante que un niño.
De ello
podemos dar fe. Mi nieta vino al mundo con una sepsis generalizada y un edema del pulmón, que la tuvieron varios
días entre la vida y la muerte.
No faltó la
esmerada atención médica, y muy
especialmente, alma y corazón del personal de salud, todo sin costar un centavo.
Privilegio no exclusivo.
No nos
asombra cuando Laura Elena cuenta del hombre bueno que fue Marti, de la
bandera cubana, de héroes, mártires, de
compartir con los demás niños, y también, de cuánto quiere a su
maestra de preescolar.
La misma que
le acerca sus diminutas manos a la computadora,
y para colmo recibe la alumna un estímulo que dice :”Laura Elena destacada en
computación”.
Que suerte contar con una educadora que siembra esperanza
de un futuro mejor, aunque elo no es excepción, más bien,generalidad en
nuestras instituciones educacionales.
De Cuba
mucho tendría el mundo que aprender.
¿Cuántos
menores en el planeta viven privados de sus más elementales derechos, cuánto
dolor por los que mueren por bombas, enfermedades curables , los que sufren
hambre, los que son víctimas del trabajo esclavo, la explotación sexual y las
drogas, entre otros males?
La nuestra es
una realidad bien diferente: 54años de infancia feliz.
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