Los que conocimos
de su sencillez, humanismo, firmeza y
amor por el pueblo, sabemos bien que la muerte no acabó con la vida de la
heroína cubana Celia Sánchez Manduley, aquel 11 de enero de 1980.
Algo lógico para una mujer que impregnó ímpetu,
belleza y ternura a toda
labor que desarrolló.
Fue la niña activa y con peculiar manera de querer
a los demás; la joven que de sus ahorros repartía juguetes el día de reyes; la
martiana que amó las flores, la naturaleza y con igual vehemencia la justicia.
Sensibilidad y rebeldía:
complicidad admirable.
Integró el Movimiento 26 de Julio, fue la
primera mujer en incorporarse al Ejército Rebelde y por tanto, a la lucha guerrillera
en la Sierra Maestra. Ganó el calificativo
de heroína de la Sierra y el llano.
Tenía un corazón
grande .Estaba al lado de los
necesitados, ayudaba a resolver cualquier situación, siempre preocupada por los
problemas humanos y el bienestar de todos.
Luego del triunfo de 1959 desempeñó con tesón
importantes tareas en distintas esferas, porque no hubo para esta patriota
mayor pasión que la Revolución que ayudó
a forjar.
A ella y a la
defensa de sus ideas se entregó en
cuerpo y alma, hasta el último minuto de su vida.
Para esta revolucionaria,
nacida en Media Luna, antigua provincia de Oriente, no había descanso. Fue
testigo excepcional de todos los momentos significativos y de las obras
emprendidas después del triunfo del primero de enero de 1959.
Demostró siempre
infinita lealtad a Fidel y dejó en el pueblo
una estela de simpatía y cariño.
A 35 años de su
deceso, renace cada día en escuelas, hospitales, círculos infantiles, museos y en
el bregar cotidiano. Vive más desde que murió.
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